A Irene Ferreras (04/03/1989) le motivan los retos y más aún si están focalizados en el deporte. Al acabar en categoría alevín ya no podía jugar con chicos y se lanzó al baloncesto, pero el gusanillo del fútbol jamás desapareció. Lo curioso es que empezó de central porque era alta, contundente, rápida y tenía facilidad en la salida de balón, pero tampoco era una demarcación que le motivara mucho. Por necesidades, al equipo le faltó portera y probó. Le gustó mucho esa sensación.
Criada entre palos en Vallecas (comenzó con 13 años gracias a su profesor de educación física y defendió su portería hasta los 22), con 26 colgó los guantes. Pero fue de colchonera —entre medias pasó por el Pozuelo de Alarcón— cuando tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida, ya que tuvo que dejar el fútbol por dos protusiones lumbares, una de ellas evolucionando a hernia discal, e impidiéndole realizar lo que más le gustaba. Ese calvario no le quitó la ilusión, se reinventó y cambió la portería por los banquillos. Una luchadora que, tras una cirugía importante, no deja de pelear para que ese mal trago no le condicione.
Llevaba una entrenadora dentro. No dejaba al grupo desconectarse en ningún momento y entendía lo que necesitaba el equipo. Eso le daba cierta experiencia, un mogollón de herramientas para poder gestionar un vestuario por dentro a futuro y le ayudó a saber qué tipo de futbolistas quería para liderar un proyecto o qué valores quería fomentar. Irene maduró rapidísimo como jugadora. Siempre con la palabra EQUIPO grabada a fuego. Era la prolongación del entrenador en el campo. Creció junto a Pedro Martínez Losa, Víctor Miguel Fernández, Joserra Hernández, Ferney Agudelo y David Fernández. Diferentes metodologías. Diferentes percepciones futbolísticas. De todos aprendió, se empapó de sus conocimientos y le ayudaron a crecer fuera y dentro de un terreno de juego.
Después de forjarse en el Olímpico de Moratalaz y en La Solana FF volvió a su casa para ocupar el banquillo del Rayo B en agosto de 2017 en sustitución de Fabio Nevado. Fue una gran campaña: ganó la Copa de Madrid y cumplió con el objetivo de promocionar jugadoras para la primera plantilla. Cuando acabó esa temporada se reunió con el director deportivo para hablar de su futuro en el ‘B’. Su nombre no estaba en las quinielas del primer equipo vallecano, lo daba por una opción descartada, pero aquella conversación fue el comienzo de sus primeros pasos en la máxima categoría.
Junto a su equipo de trabajo aceptó el reto. El escenario para su primera experiencia en la elite no era el ideal y no escuchó a esos que decían que estaba loca por dar ese paso. Lo primero que pidió a sus jugadoras fue que dejaran de autocompadecerse por una realidad con muchos obstáculos y que el amor a la profesión hiciera el resto. Pese a todo, era su momento, la oportunidad de disfrutar en la primera línea de competición con el club de su vida. Irene Ferreras sucedió a Miguel Ángel Quejigo, quien llevaba dos temporadas en el puesto (2016/2017 y 2017/2018). Alberto Ruiz de la Hermosa (2015/2016) y Laura Torvisco (2013/2014 y 2014/2015) asumieron esa función anteriormente.
Con un presupuesto muy ajustado, sin Natalia Pablos y con jugadoras del filial, firmó una campaña para enmarcar en el Rayo: 29 puntos, alcanzando la permanencia cinco jornadas antes del final y consiguiendo una cómoda duodécima plaza para un equipo que el 30 de julio no tenía fichajes y llegó a disputar un torneo contra equipos de Segunda División perdiendo casi todos los partidos. Incluso en muchas jornadas hizo soñar con la clasificación para la Copa de la Reina. Su ciclo acabó en mayo de 2019.
A base de trabajo consiguió que sus jugadoras creyeran en salir al campo sin miedo a competir contra cualquiera. La clave del éxito para Irene radica en el factor humano; el antídoto perfecto para minimizar las limitaciones que pueden aparecer en el camino. Brillaba su cultura pasional al rayismo. Es fútbol en estado puro. En el Rayo supo sacar partido a la máxima expresión a los recursos que tenía a su alcance. Y firmó un gran fútbol, caracterizado por la construcción de juego desde atrás y una capacidad de generar y materializar ocasiones de manera combinativa. Es una entrenadora metódica, exigente y trabajadora, que considera clave a su cuerpo técnico para alcanzar los objetivos. Gracias a su carácter cercano, empático y humilde consigue crear un clima de trabajo positivo y agradable.
Estudió INEF y arrancó una formación constante, sin freno, siempre dispuesta a aprender y a intercambiar sus conocimientos sobre un deporte que le ha atrapado. Durante la licenciatura se sacó el primer nivel como entrenadora y el segundo antes de acabar la carrera. Tras ser la única mujer en el máster de Preparación Física en Fútbol de la RFEF se sacó el título nacional. Posteriormente no ha parado de hacer cursos de metodología de entrenamiento, análisis de juego, psicología deportiva y emprendimiento y desarrollo personal.
Estuvo en el Mundial de Francia y se empapó del estilo de las selecciones de primer nivel que afrontaron aquella cita planetaria. Irene tiene clarísimo que el carácter complejo del fútbol le exige un amplísimo abanico de competencias a diario. Su otra gran pasión es la docencia; la posibilidad de transmitir y compartir su amor por este deporte. Se siente una afortunada por seguir en contacto con muchos de sus alumnos que siguen su trabajo y siempre encuentran un momento para verla dirigir.
Después de dejar su impronta en el Rayo Vallecano, el siguiente reto fue en el Valencia, en la temporada 2019/2020. Su aterrizaje en Paterna fue un paso adelante. Tras un gran inicio en el que llegó a ser colíder de la clasificación, las cosas se torcieron. Pese a todo fue una experiencia repleta de aprendizaje y siente que dejó una bonita huella en club, afición y jugadoras. Y como dijo en su carta de despedida, aunque parecía el final, “solamente fue el comienzo”, pues se siente más preparada que nunca.